lunes, 27 de noviembre de 2006

LA CIUDAD MENGUANTE

La ciudad menguante
12/10/2006 - 08:07 horas
JAVIER CASTAÑEDA



Siempre que la ocasión lo permite intento volver a visitar lugares ya conocidos. A veces este volver tras los propios pasos sucede con premeditación, mientras que en otras es fruto del más puro azar. Y fue ese inquieto azar el que hace poco me llevó a visitar una ciudad muy querida para mí, en la que tuve la suerte de haber vivido un tiempo. Pero apenas pude reconocer su fisonomía urbana, pues desde que puse los pies en ella me invadió la sensación de que la ciudad había encogido. Desde entonces y en otras ciudades he vuelto a sentir esta sensación de "ciudad menguante". Es sabido que las ciudades son como organismos con vida propia y estamos harto acostumbrados a escuchar cómo algún trovador urbano relata si duermen o despiertan, e incluso cómo tienen el pulso, hasta aquí todo normal. Incluso mucha gente, al igual que con cualquier otro ser vivo, comenta hacia dónde se expande o cómo crece la ciudad. Pero menos frecuente resulta oír comentar –o incluso constatar- cómo las ciudades menguan, pero hay todo un mundo agazapado tras tan apasionante concepto. Las ciudades poseen una "fuerza centrípeta" que funciona como si alguien hubiera colocado en el centro de la urbe una suerte de magneto que atrae a las personas con un flujo constante y exponencial, fenómeno que encuentra su paradigma en las principales megalópolis del planeta. Así, en la reciente Bienal de Arquitectura de Venecia se ha llegado a hablar de "las megalópolis que devoran al hombre", al calcular que para el año 2050 el 75% de la población mundial vivirá en macrociudades. Sao Paulo, Caracas, Bogotá, México DF o Bombay, se han convertido "literalmente en un monstruo que estrangula a los millones de personas que pueblan sus calles y se han convertido en ejemplo de por dónde no debe ir el urbanismo del SXXI". Las ciudades encogen igual que una prenda delicada lavada a más temperatura de la permitida y la hiperpoblación provoca que la sensación de hacinamiento no sea sólo una sensación, sino una realidad. Un ejemplo gráfico y nada infrecuente son los llamados "pisos patera". Sin ir más lejos, durante 2005 fueron contabilizados 166 pisos sobreexplotados en Barcelona, que albergaban a casi 6.000 personas. Hagan las cuentas. Otros termómetros indirectos se aprecian diariamente en el tráfico, en la densidad de población de algunas calles, en la dificultad de transitar por algunas zonas e incluso el hacinamiento que muchas veces hay que soportar en los transportes públicos. Las ciudades literalmente rebosan –y no sólo de coches- pese a iniciativas como el "peaje urbano" para los vehículos o las "inalcanzables hipotecas" para las personas. Las tendencias arquitectónicas apuestan por un diseño biofílico que abarca desde "paredes vivas" hasta espacios abiertos, pasando por diseños sostenibles, pero la realidad es que ese color verde apenas se percibe. Según Manuel Castells, "asistimos a la mayor oleada de urbanización de la historia de la humanidad ya que, a mitad del SXXI más de 2/3 de la población serán urbanos, lo que dará lugar a una forma históricamente nueva: la gran región metropolitana. Una red de flujos conecta estos grandes nodos metropolitanos que constituyen los centros nerviosos de nuestro mundo, articulados entre sí por las redes de la comunicación y de la emergencia de este nuevo espacio nace un nuevo tipo de trabajo multilocalizado. Pero la gran paradoja de nuestro tiempo es la crisis de la cultura en un mundo urbanizado. Los menguantes presupuestos públicos no permiten mantener en la ciudad a una parte de su población, mientras la nueva frontera de la geografía se sitúa en esa posible articulación entre el poder de los flujos y la identidad de los lugares". Ejemplos como la exposición del arquitecto Oswalt, titulada 'Shrinking cities', intenta debatir el catastrófico fracaso de los urbanistas para evitar la progresiva desintegración de las ciudades. La densidad de población crece, pero la gente se encuentra menos. Cada vez más personas comparten más reducidos espacios, pero apenas se conocen. E incluso muchos malviven solos o hasta mueren en soledad. El sociólogo José Olives dice que la ciudad "es el cosmos, el hombre y la vida colectiva". Y quizá tenga razón al representar "La ciudad cautiva" con la imagen del minotauro, "ese hombre con cabeza de toro que masca maldades todo el día, que se siente maltratado por el mundo y que no ve la puerta de salida que está dentro de sí mismo". Olives opina que "vivimos en aglomeraciones desparramadas por territorios difíciles de ordenar ya que hombre ha perdido la noción de límite al apostar por un crecimiento indefinido, cuanto más, mejor; pues en la sociedad actual, consideramos que la felicidad humana tiene que ver con el poder y la cantidad: cuánta más información, potencia, crecimiento, iluminación, coches, monumentos… mejor. Y no es verdad. La idea de felicidad es más bien una idea de equilibrio y la auténtica ciudad es la que tiene a cada persona como centro".

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